La rueda de los tiempos sigue
girando imparable, se encuentra con otros tiempos que parecían distantes y
entonces nos damos cuenta de su lejana proximidad. Las celebraciones de centenarios siguen otorgándonos motivos para el ejercicio de la memoria y el recuerdo
(“re cordis; volver a pasar por el corazón”, leí en un libro de Eduardo
Galeano).
Hace apenas unos días, el 19 de
septiembre (fecha todavía muy dolorosa para muchos mexicanos y más aún para mis
compitas chilangos) alcanzamos un centenario muy entrañable por estar del lado
del gusto, la alegría y los rituales del desmadre (si es que ellos existen).
Hace un siglo nació, como le llamó Carlos Monsiváis, el primer mexicano del
siglo XXl en el siglo XX, a tal personaje emblemático de la cultura popular,
arquetipo de circunstancias y modelo de características lo conocimos
simplemente como Tin Tan.
Debo informar a los buenos y
generosos amigos que visiten este rincón de la red que evitaré abordar la
historia de este actor, cantante, bailarín y el mejor cómico de este país, para
tales fines les puedo sugerir, si me permiten, los estupendos documentales de Manuel
Márquez o de Francesco Taboada o las líneas que le han dedicado Carlos
Monsiváis o Rafael Aviña, puntuales testimonios de la llegada de la familia
Valdés al norte del país, sus inicios en la XEJ, la posterior adjudicación del
personaje que, a pesar de las variaciones, lo identificaría durante todos los
años por venir, el Pachuco, ni su brillante paso por las carpas, los centros
nocturnos y el cine. No será así, estas líneas intentan celebrar mi encuentro,
en tele, ¿cómo si no?, con la figura central de una comicidad sin parangón en
la cinematografía nacional.
No puedo señalar con certeza la
primera de las películas de Tin Tan que vi de inicio a fin, sin embargo y sin
temor a equivocarme, puedo identificar la primera secuencia que sorprendió mi
atención y me convirtió en un absoluto entusiasta de aquel estilo de comedia,
desconocido para mí hasta ese momento. Fue a través del canal cuatro,
metropolitano y sin cobertura nacional donde fui testigo de una secuencia que,
en otro contexto habría sido anatema, despreciable y escandalosa en sí misma.
En un billar de barrio, un grupo de ladrones comenta sus
atracos de la noche anterior. Uno de ellos presumía haber robado dos tapones
(de llantas) de Cadillac y uno de Ford. Otro más, indicaba haber robado un
radio de bulbos y onda corta, capaz de “agarrar” transmisiones de diversas
partes del mundo, incluso de agarrar ratones. El último de aquellos
transgresores, indicaba haber robado una cartera de un profesor normalista
(desde entonces nuestro heroico magisterio ya acusaba una situación económica
plagada de penurias) pero haberse repuesto tras “volarle” la bolsa a una mujer
a la brava, es decir, con lujo de violencia, como diríamos ahora.
Se preguntará usted, amable
lector, qué tiene esa secuencia de divertido o de risible. Le comento (si es
que su mente no ha complementado ya el recuerdo) que lo divertido llega junto
con un hombre más bien flaco, vestido de traje claro y bigotito a la Clark
Gable. Tal personaje llega saludando a la distancia y se aproxima a la mesa
donde está el grupo que hemos descrito. A su pregunta de “¿cómo les fue anoche?”
los hombres enuncian una jornada ausente de las posibilidades al delito, pero
el flaco, levantando la voz, les reseña casi de forma textual, uno a uno los
robos que han comentado en su ausencia y con una autoridad que no se sabe cómo
le ha sido conferida, pero no se requiere saber, les exige un porcentaje en
participación del fruto de los crímenes cometidos. La omnisciencia de ese
personaje, acompañado de un lenguaje corporal y un catálogo de expresiones faciales
inesperadas, le dan a las secuencias de “El rey del barrio” la hechura de una de
las mejores cintas de Tin Tan y, creo, de la cinematografía nacional.
Nunca me han faltado motivos para
revisitar sus películas y encontrar en ellas elementos a los que poco se
recurría entonces en la cinematografía contemporánea y que, todavía ahora, no
se recurre por la proclividad al abaratamiento descarnado. Baste seguir con “El
rey del barrio” para encontrar que el informante delator de los “rateros
ignorantes y lagunilleros” (así los llama), es un español dueño de un bazar de
antigüedades (un cliché que no lastima). Que Tin Tan, mientras se transmuta de
maquinista a líder delincuencial, observa moverse el disfraz de gorila y el
cisne de utilería, devolviendo el saludo a su paso, motivo suficiente para
tirar al suelo y pisar con desconfianza la bacha que estaba fumando. Que un
personaje de barrio, puede suplir magistralmente la identidad de un cantaor
andaluz, un pintor francés o un maestro de canto italiano. Que es capaz de
mencionar (al calor de las copas) junto a su Carnal Marcelo Chávez, que hay por
a’í mucho ratero millonario (verdad dolorosa hasta la fecha).
Sólo la genialidad de un Tin Tan
puede conformar un universo extraño, ajeno a la realidad pero inserto en ella. El
resto de los pobladores de ese microcosmos no están dispuestos para el realce
de la figura central, sencillamente sin ellos sería imposible que se concretara
ese delirio hilarante. Vitola, Tun Tun, El sapo, El peralvillo, Borolas, Ramón,
Wolf Ruvinskis, Tito Novaro, Pedro Aguillón, y por supuesto el inseparable
Marcelo Chávez, otorgan a ese universo la oportunidad de ser posible.
Es un personaje urbano, acorde a
la modernidad de su entorno y al mismo tiempo tiene la cualidad de ser
atemporal. No pontifica, ni trata de redimir a nadie, acaso, tiene un
desbordado interés de salvación personal que no deja de estar ligado también a
la de su entorno, ni rechaza a priori quebrantar la legalidad en su irrenunciable
búsqueda de justicia.
Tin Tan no es un nacionalista
obcecado, sin embargo puede llevar su mexicanidad a otras latitudes, sea Cuba o
una isla desconocida poblada por mujeres. Es un personaje que se entiende como
resultado de un pasado que influye su presente y define el porvenir, trastoca
la historia para adecuarla a su discurso (en “Lo que le pasó a Sansón” se dice
chichimeca, de la tribu de olmecas, junto a los Fernández de Peralvillo).
Si ahora hablamos con naturalidad
del soundtrack de nuestra vida, en las películas de Tin Tan es posible
adjudicarnos un soundtrack de historias que sin ser nuestras nos remiten al
pasado que nos pertenece y no. Lo festivo y lo íntimo suceden entre las notas del
swing, del boogie, de la rumba, del mambo, del cha cha chá, de las rancheras y
del bolero (dicen que la mejor interpretación del bolero “Lo dudo” de Chucho
Navarro, se logra con el dueto que Tin Tan realizara con Los Panchos en “El
hombre inquieto”, sin olvidar la “Bonita” de Luis Arcaraz en "Músico poeta y loco, ni "Contigo" de Claudio Estrada en "El rey del barrio").
No dejo de mencionar que la
genialidad (en serio creo que lo es) de Tin Tan hizo de muchas de sus películas, una
verdadera celebración a la risa inmediata, irreverente a ratos, pícara e
irrenunciable. Hago notar que el cine, en su papel de industria, trató en
diversos momentos de reciclar, a veces con las mismas líneas argumentales, historias
que Tin Tan ya había vuelto irrepetibles, obteniendo resultados verdaderamente
lamentables. En efecto, los guiones escritos para las películas de Tin Tan son
muy buenos, pero encarnados en él, simplemente se convirtieron en el referente
del humor y el desparpajo de toda una época que nos fue heredada.
Estoy seguro, amable e improbable lector de este intento de palabras, que nada de lo que aquí se ha escrito es desconocido para usted, que de Tin Tan se ha dicho mucho y de mejor manera, sin embargo, las celebraciones centenarias siempre son cautivadoras y si el celebrado es un rey que tiene su trono en un salón de billar de arrabal, entonces destapamos las cerbatanas bien helodias, nos aprestamos a trompear la batea y a gritar sin reparo alguno, ¡Viva el Rey (del barrio)!
Ciudad de México.
Octubre 2015.
Fotos y video: Internet.